¿Es el campo realmente más tranquilo? Descubre los desafíos invisibles de la vida rural
Cuando me mudé al campo, tenía la típica imagen de la vida rural: serenidad, aire limpio y un ambiente donde reina la paz. En muchos aspectos esto es cierto, pero la realidad es que la tranquilidad aquí tiene matices y desafíos que no siempre imaginaba desde la ciudad. Esta experiencia me ha enseñado que la vida rural es tan compleja como la urbana, solo que con retos muy distintos, y algunas veces incluso más demandantes.
Silencio… con matices naturales y humanos
Si bien no tengo vecinos agrícolas con tractores o maquinaria pesada operando cerca, sí hay quienes ocasionalmente usan motosierras u otras herramientas ruidosas, sobre todo cuando realizan labores de tala o mantenimiento de árboles. Aunque esto no es algo de todos los días, cuando sucede rompe con la imagen bucólica de absoluto silencio que uno podría esperar.
Además, la naturaleza tiene su propio “ruido de fondo” permanente: búhos que ululan en la noche, lechuzas que anidan en los aleros de la casa, grillos que no fallan en las noches cálidas, y por supuesto, gallos y gallinas que no entienden de horarios ni de fines de semana. Su canto matutino muchas veces es más temprano de lo que a uno le gustaría.
En mi caso, la relación con estas aves es particular. Aunque en la parcela tenemos gallinas —a mis padres les encantan y disfrutan cuidarlas— yo tengo fobia a ellas, así que prefiero mantener cierta distancia. No es raro que tenga que planificar mis recorridos dentro de la parcela para evitar cruzarme con ellas. Sin embargo, su presencia es inevitable, ya sea por su sonido, por las historias cotidianas que comparten mis padres o cuando ambos no se sienten bien de salud y tengo que sacar “valentía” y un poco de astucia para darles alimento, agua y recoger los huevos.
Por otro lado, la fauna también trae beneficios claros: las lechuzas y búhos que anidan en la casa nos han ayudado mucho a mantener a raya a los roedores, que aquí son una amenaza constante, sobre todo en invierno cuando buscan refugio y alimento.
La gestión del agua: entre la escasez y la creatividad
La gestión del agua es otro tema clave que en la ciudad uno suele dar por hecho. Aquí, la situación es distinta. Aunque no tenemos bomba de agua, contamos con un estanque elevado de 2.500 litros que utiliza la gravedad para proporcionar presión y abastecer la casa. Sin embargo, la inestabilidad del suministro nos ha llevado a considerar seriamente la ampliación de la capacidad del sistema a 5.000 litros, además de pensar en tener formas diferentes de “captar” agua, como hacer (a futuro cercano) un sistema para captar las aguas lluvias en la temporada de invierno.
Este proyecto de captación de aguas lluvias es una de las metas que nos hemos propuesto como familia para mejorar nuestra resiliencia hídrica. La idea es aprovechar al máximo las precipitaciones invernales mediante canaletas y filtros que deriven el agua hacia un segundo o tercer estanque de almacenamiento. Esto nos permitirá tener una reserva adicional y reducir la dependencia del suministro externo, especialmente en los meses más secos.
El acceso limitado al agua nos obliga a ser mucho más conscientes de su uso. Las duchas, el riego y hasta las pequeñas tareas diarias requieren una planificación cuidadosa. Aquí, cuando llueve, es una bendición para el estanque, pero también implica estar preparados para los días en que el suministro se corta y dependemos completamente de nuestras reservas.
Conectividad: de la frustración al alivio tecnológico
Uno de los aspectos que más nos costó resolver fue la conectividad. Al inicio, dependíamos de la señal móvil, que era tan débil que había que ubicar el celular estratégicamente, a veces en lugares absurdos como encima de un mueble o atado a una ventana para lograr compartir Internet a toda la casa.
Luego intentamos con un servicio de Internet satelital tradicional, que aunque más estable que el celular, nos ofrecía velocidades que hoy serían impensables, especialmente si las comparamos con las conexiones ADSL y de cable que teníamos en Santiago, que en esos años ya eran bastante rápidas, aunque no alcanzamos a tener fibra óptica.
Con la llegada de Starlink todo cambió: no solo obtuvimos una conexión estable y rápida, sino que también mejoramos la cobertura de telefonía móvil dentro de la casa gracias a las llamadas WiFi. Esto nos permitió finalmente trabajar de manera remota y mantener una comunicación fluida con el mundo exterior.
Televisión y entretenimiento rural
Mis padres disfrutan mucho ver canales nacionales, pero al llegar a la parcela nos dimos cuenta de que era imposible captarlos, ni siquiera instalando antenas exteriores de gran tamaño. Esto nos obligó a contratar televisión satelital, lo cual no solo demoró por la espera de instalación, sino que también significó una adaptación a otro tipo de servicio.
Con la mejora de la conectividad gracias a Starlink, pudimos finalmente migrar a la televisión IP, lo que simplificó la experiencia y permitió que mis padres volvieran a ver sus programas favoritos, además de descubrir nuevos contenidos digitales que antes no teníamos disponibles.
Distancias y aislamiento: planificar es clave
Aquí todo está más lejos, y eso es algo que no siempre se dimensiona al planificar la vida rural. Los negocios más cercanos están a 3 kilómetros, y Casablanca, la ciudad más próxima donde podemos hacer compras más grandes o realizar trámites, se encuentra a unos 15 o 18 kilómetros. Esto hace que cada salida requiera planificación previa: aprovechar al máximo cada viaje para abastecerse o resolver pendientes.
Además, los días de lluvia son un desafío adicional. El camino de tierra que conecta la parcela con la ruta principal se convierte en una trampa de barro donde los autos simplemente patinan y es imposible salir. Por suerte, con solo un día soleado el terreno suele secarse lo suficiente como para volver a transitarlo, aunque siempre con precaución, ya que es común que se formen grietas de gran tamaño que pueden dañar los vehículos si no se avanza con cuidado.
Reflexión final: lecciones de un entorno vivo
Vivir en el campo no es solo postales de tranquilidad y naturaleza, también es adaptarse a un entorno que a veces es impredecible y desafiante. He aprendido que la calma aquí no siempre es sinónimo de silencio absoluto ni de comodidad garantizada, sino de un estilo de vida que te obliga a estar más conectado con los ritmos de la naturaleza y con las soluciones ingeniosas que muchas veces uno debe implementar.
Al final, este camino me ha enseñado a valorar cada pequeña cosa: desde el sonido de la lluvia cayendo sobre el techo hasta la satisfacción de ver que todo funciona gracias al esfuerzo y a la organización familiar. Y aunque algunos días añoro la comodidad de la ciudad, cada nuevo amanecer en este entorno me recuerda que la tranquilidad también se construye, incluso en medio de los desafíos.
¿Tú también has considerado mudarte al campo o ya vives en una zona rural? Me encantaría leer tus experiencias, dudas o comentarios. ¡Déjalos aquí abajo y sigamos la conversación.